jueves, 17 de diciembre de 2015

Tres tristes torres: del Génesis a Kafka (pasando por el ciclo artúrico)

I. LA TORRE DE BABEL

Génesis, Capítulo 11

 1 Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras.

 2  Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí.

 3  Y se dijeron unos a otros:  «Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego». Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla.

 4  Y dijeron:  «Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra».

 5  Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres.

 6  Y dijo Jehová:  «He aquí que el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer.

 7  Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero».

 8  Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad.

 9  Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra.

II. LA TORRE QUE NO HACÍA PIE

Vortegirn [un usurpador que ocupaba el trono de Bretaña] convocó a sus magos, les pidió su opinión y les ordenó que le dijeran qué debía hacer [para salvarse de todo peligro]. Le dijeron que se construyese una torre muy recia, a la que podía retirarse a salvo cuando perdiese todas las demás fortalezas. Recorrió gran número de lugares con vistas a encontrar uno adecuado para su torre y llegó al fin al monte Erir, donde, reunidos albañiles de diferentes partes del país, ordenó levantarla. Los obreros comenzaron a poner los cimientos. Sin embargo, lo que ellos construían un día la tierra se lo tragaba al siguiente, de manera que no sabían adónde iba a parar su obra. Lo supo Vortegirn y consultó de nuevo a sus magos, pidiéndoles una explicación del suceso. Estos le dijeron que buscase un muchacho sin padre y que, una vez encontrado, lo matase, regando la argamasa y las piedras con su sangre. Si hacía esto, le aseguraban que los cimientos se mantendrían firmes. Despacha al punto mensajeros a todas las provincias en busca de un joven de esas características. Los enviados llegan a una ciudad que más tarde se llamó Carmarthen y, viendo allí jugando a unos muchachos junto a la puerta de la ciudad, se acercaron a verlos jugar. Fatigados por el viaje, se sentaron en corro, esperando encontrar lo que buscaban. Finalmente, cuando hubo transcurrido la mayor parte del día, una repentina querella surgió entre dos de los jóvenes, cuyos nombres eran Merlín y Dinabucio. En la discusión dijo Dinabucio a Merlín: «¿Por qué intentas rivalizar conmigo, necio? Nunca podrás competir conmigo en nobleza. Yo procedo de sangre real por ambas partes de mi familia. En cuanto a ti, nadie sabe quién eres, pues nunca tuviste padre.»

A estas palabras los mensajeros alzaron sus cabezas y, con los ojos fijos en Merlín, preguntaron a los transeúntes quién era. Estos les dijeron que nadie sabía quién era su padre, pero que su madre era hija de un rey de Demecia y vivía en esa misma ciudad, en la iglesia de San Pedro, junto con varias monjas.

No perdieron el tiempo los enviados. Se dirigieron presurosos al gobernador de la ciudad y le ordenaron en nombre del rey que enviase a Merlín y a su madre a Vortegirn, para que el rey hiciese su voluntad con ellos. Conducidos a su presencia, Vortegirn recibió a la madre con toda cortesía, pues sabía que procedía de noble cuna. Después le preguntó quién era el padre del muchacho. Ella dijo:

«Como vive mi alma y la tuya, mi rey y señor, que no conocí a nadie que me hiciera este hijo. Solo sé una cosa, y es que, mientras me hallaba en mis habitaciones con mis doncellas, solía visitarme alguien bajo la apariencia de un joven muy gentil. A menudo, estrechándome entre sus brazos, me besaba. Tras haber estado conmigo un breve espacio de tiempo, desaparecía súbitamente, de manera que no podía verlo más. Muchas veces, también, cuando yo estaba sentada sola, hablaba conmigo, pero sin hacerse visible. Después de haberme frecuentado de ese modo bastante tiempo, se unió a mí muchas veces, como un hombre lo hace, y me dejó embarazada. Que tu inteligencia decida, mi señor, quién engendró en mí a este muchacho, pues no he conocido ningún otro varón.»

Estupefacto, el rey manda llamar a Maugancio, para que le diga si es o no posible lo que la mujer ha dicho. Traen a Maugancio, quien, después de escuchar toda la historia, punto por punto, dice a Vortegirn:

«He leído en los libros de nuestros sabios y en numerosas historias que muchos hombres han sido concebidos de semejante forma. Como afirma Apuleyo en su tratado De deo Socratis, habitan entre luna y tierra ciertos espíritus a los que llamamos demonios íncubos. Participan de la naturaleza de los hombres y de los ángeles y, cuando quieren, adoptan figuras humanas y cohabitan con mujeres. Quizá uno de ellos se apareció a esa mujer y engendró en ella al muchacho.»

Merlín, que lo escuchaba todo, se acercó al rey y dijo: «¿Por qué nos han traído a mi madre y a mí a tu presencia?»

Vortegirn respondió:

«Mis magos me aconsejaron que buscase a un hombre sin padre. Si consigo regar con su sangre mi torre, esta se mantendrá firme.»

Dijo entonces Merlín:

«Di a tus magos que comparezcan ante mí. Les demostraré que mienten.»

El rey quedó asombrado de lo que acababa de oír. Ordenó venir a sus magos y sentarse frente a Merlín. Este dijo:

«Como no sabéis qué es lo que obstaculiza los cimientos de la torre en construcción, habéis aconsejado que mi sangre se mezcle con la argamasa para que, de ese modo, el edificio se mantenga firme. Pero, decidme, ¿qué es lo que yace oculto bajo los cimientos? Pues no cabe duda de que hay algo que impide mantenerse firme a la torre.»

Los magos, aterrorizados, enmudecieron. Entonces Merlín, también llamado Ambrosio, dijo:

«Mi rey y señor, llama a tus obreros y ordénales cavar en tierra. Bajo ella encontrarás un estanque, que es lo que no permite tenerse en pie a la torre.»

Así se hizo, y encontraron bajo tierra un estanque que hacía el suelo movedizo. De nuevo se acercó Ambrosio Merlín a los magos y les dijo:

«Decidme, aduladores embusteros, ¿qué es lo que hay debajo del estanque?»

Guardaron silencio, incapaces de articular palabra. Y Merlín dijo al rey:

«Ordena vaciar el estanque por medio de canales y verás en el fondo dos piedras huecas y, dentro de ellas, dos dragones durmiendo.»

El rey dio crédito a las palabras de aquel que ya había acertado en lo del estanque, y ordenó vaciarlo. Nada lo había asombrado tanto en su vida como Merlín. También estaban asombrados todos cuantos allí estaban presentes ante tanta clarividencia, y juzgaban que un dios habitaba en él.

(Geoffrey de Monmouth, Historia de los reyes de Britania, tr. de Luis Alberto de Cuenca, Madrid: Alianza, 2004, pp. 153-156.)

 III. EL ESCUDO DE LA CIUDAD
(Franz Kafka)


En un principio no faltó la organización en las disposiciones para construir la Torre de Babel; un orden excesivo, quizá. Se pensó demasiado en guías, intérpretes, alojamientos para obreros y vías de comunicación, como si se dispusiera de siglos. En esos tiempos, la opinión general era que no se podía construir con demasiada lentitud; un poco más y hubieran abandonado todo, y hasta desistido de echar los cimientos. La gente razonaba de esta manera: lo esencial de la empresa es el pensamiento de construir una torre que llegue al cielo. Lo demás es del todo secundario. Ese pensamiento, una vez comprendida su grandeza, es inolvidable: mientras haya hombres en la tierra, existirá también el fuerte deseo de terminar la torre. Por consiguiente no debe preocuparnos el futuro. Al contrario: el saber de los hombres adelanta, la arquitectura ha progresado y seguirá progresando; de aquí a cien años el trabajo para el que precisamos un año se hará tal vez en pocos meses, y más resistente, mejor. Entonces, ¿a qué agotarnos ahora? Eso tendría sentido si cupiera la esperanza de que la torre quedara terminada en el espacio de una generación. Esa esperanza era imposible. Lo más creíble era que la nueva generación, con sus conocimientos superiores, condenara el trabajo de la generación anterior y demoliera todo lo adelantado, para recomenzar. Tales pensamientos paralizaron las energías, y se pensó menos en construir la torre que en construir una ciudad para los obreros. Cada nacionalidad quería el mejor barrio, y esto dio lugar a disputas que culminaban en peleas sangrientas. Esas peleas no tenían fin; algunos dirigentes opinaban que demoraría muchísimo la construcción de la torre y otros que más valía aguardar a que se restableciera la paz. Pero no sólo en pelear pasaban el tiempo; en las treguas se dedicaban a embellecer la ciudad, lo que provocaba nuevas envidias y nuevas peleas. Así pasó el espacio de la primera generación, pero ninguna de las siguientes fue distinta; sólo aumentó la destreza técnica y con ella el ansia guerrera. Aunque la segunda o tercera generación reconoció la insensatez de una torre que llegara hasta el cielo, ya estaban demasiado comprometidos para abandonar los trabajos y la ciudad.

En todas las leyendas y cantos de esa ciudad está presente el vaticinio que anuncia que cinco golpes sucesivos de un puño gigantesco aniquilarán la ciudad. Por esa razón está el puño en el escudo de armas.

2 comentarios:

  1. Estoy casi seguro de que Caetano Veloso tenía en mente el cuento de Kafka cuando empezó la letra de la canción maravillosa que dedicó a su hermana, Maria Bethânia: 'Everybody knows that our cities were built to be destroyed'. https://www.youtube.com/watch?v=BWmdRdzJbOM

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Además del guiño a los Beatles (Getting Better) y a las canciones pop que hablan de la espera de una carta, como la de las Marvellettes: https://www.youtube.com/watch?v=rGJcbHni4rc

      Eliminar